Sunday, 26 February 2017

Viejas & Feminismos

 “Mi cuerpo decadente caminando hacia la muerte…”

… ya estás tú poniéndote cortavenas, pero sí, vivo en un cuerpo en decadencia que camina hacia la muerte. El tiempo, ay el tiempo. Pensaba yo un viernes de invierno desde el autobús de la línea Barcelona – Huesca. A mi lado una vieja, girada hacia el viejo del asiento de atrás.

“Que te he dicho que a partir de la Panadella hay niebla”, “qué dices idiota”, “que sí mequetrefe”, “¿que no ves el sol que hace, como va a salir la niebla?” , “que eres un gilipollas, que no vales para marido ni vales pa’ ná” , “mira ahí abajo ya asoma, te lo dije, la niebla, ya se ven las nubes grises” , “qué dices atontao, que van a ser nubes eso, payaso, tonto más que tonto”.

Yo, mientras tanto, portátil en falda, escribía versos sobre el nirvana y una cama. Versos sobre tetas tersas y suaves que huelen a juventud rubia, o a flores secas que se comen, o a cachorro recién amamantado. Eso hacía yo, escribir versos como una idiota.

Y en mi oreja la vieja, con su olor agrio y amarillo, hablando a gritos con su voz de piedras. Hablando y moviendo las manos con sus venas azules como haciendo círculos en el aire, en gestos huesudos. De huesos finos que chirrían al moverse. La miraba de reojo y me imaginaba un roble, con esa piel marrón de textura arrítmica, a surcos, y con manchas de óxido. En eso pensaba, en un roble y en una bruja, en la Gorgona y en la Medusa. Esas criaturas que son la representación de la mujer vieja por antonomasia: como monstruos por su combinación de edad y género.

Mala feminista, ¿dónde queda tu sorodidad ahora? Estar vivos implica ser culpables, me digo. De algo, de lo que sea. De sentir asco de las viejas - con sus cuerpos  en decadencia arrastrándose hacia la muerte. La percepción también es una forma de privilegio. Y me visto de furia, me pongo trágica y siento mis feminismos desplomándose como un imperio.

Alguien tiene que escribir sobre esto, las feministas tienen que escribir sobre esto, pienso, aunque para nosotras “edad” sea la edad de las otras. Para nosotras para las que envejecer es como oír una música, allí a lo lejos, allí dónde están pasando cosas, cosas que no tienen nada que ver con nosotras, mientras nosotras seguimos aquí, brincando entre las hierbas, con el sol en nuestras caras. Revindicando nuestros cuerpos jóvenes, deseantes, deseables, menstruantes, fértiles. En un ejercicio de transgresión que sabe a fiesta.

Y pienso en el río, ¿es que nadie va a hablar del río? Un río, cualquier río, porque todos los ríos dicen lo mismo, que el agua huye. Que el tiempo, dicen que el tiempo

A las viejas les pasó el tiempo y ,sin embargo, para algunas feministas no parece que eso sea una cosa que vaya a pasarnos a nosotras. ¿Y si pasa? Me pregunto ¿Cómo existirá mi psique feminista dentro de un cuerpo en decadencia terminal?

Ponte, como Patti Smith, que tiene 66.

Para entonces, seguramente esté formada por una capa de identidades, otra de huecos por toda la gente que me dijo adiós, otra de costras, por las heridas que me hice las veces que viví en tierra baldía. Contendré multitudes. Quizá, cuando hable en público la gente querrá escucharme y ,a cada frase, me saldrán gorriones volando desde el pecho.

O ,quizá, seré a loca de la niebla, la loca que sólo quiere ver el sol, que no quiere ver la niebla. Rendida ya a ser una engañada, hecha del material del que están hechos los idiotas que se pasan toda una vida creyendo en la posibilidad de un mundo mejor.

Viviré en un cuerpo lleno de memorias:  tatuajes, cicatrices, costras. Mitad chatarra, mitad persona. Un cuerpo deprimente, decrépito, achacoso. Viviré en un cuerpo decadente avanzando hacia la muerte. 

¿Cómo serian las cosas si no huyéramos de nuestra propia fealdad?


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ENGLISH VERSION
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Ageing and feminism

“My declining body walking towards its own death…”

…here you come again with your gloomy mood. But, yes, I live in a declining body that walks towards its own death. “The time, oh boy, the time” I was thinking on a Friday of December on the bus on route from Barcelona to Huesca. Next to me, an old lady turned towards the old man on the back seat.

“From the Panadella on, there’s going to be fog”, “What are you talking about, idiot”, “Yes, stupid”, “Don’t you see how the sun shines? How can you talk of fog?, you are an idiot, a worthless husband and worthless in everything else”, “Look down twat, see how the fog already seeps up, I told you, the fog, see there, the grey clouds”, “What are you talking about, idiot?, how can that be grey clouds, stupid clown, dumb, stupid, dumb”.

In the meantime, laptop on my lap, I was writing verses about a bed and the nirvana. Verses about smooth and soft boobs that smell of blond youth or of edible flowers or of a recently breastfed kitten. This is what I was doing, writing verses like a dope.

In my ear the old lady, with her granny smell, yellow and bitter, talking, no yelling with her rocky voice. Talking and moving her hands like drawing circles in the air, in bonny gestures. I was looking at her from the corner of my eye whilst I imagined her as a root with its brown skin and arrhythmic texture, in furrows, with rust stains. This is what I was thinking about, in roots and in the Hag, the Gorgon and the Medusa. Those monsters that are not only women but its quintessentially representation by its combination of age and gender.

Bad feminist, where has your sisterhood gone now? Being alive implies being guilty, I say to myself. Of something, of whatever. Of finding old ladies disgusting, for example. Perception is also a way of enacting privilege. And I dress up in fury, I become tragic and I feel my feminisms falling apart like an Empire.

Someone has to write about this, the feminists have to write about this, I say to myself. Yet, for us, “age” is someone else’s age. For us, for the ones for whom aging is like hearing a distant melody, there far away, where things are happening, whilst we are here dancing amongst the grass, with the sun in our faces. Reclaiming our young bodies, desiring, desirable, menstruating, and fertile. In an exercise of transgression with a party flavour.

I think of the river, is there anyone going to talk about the river? A river, any river, because all the rivers say the same, that the water runs away, “the time”, they say “the time”.

“The time” is what happened to the old ladies, yet, for some feminists it doesn’t look like this is something that is going to happen to us. But, what if it happens? I ask myself. How will my psyche exist inside a body in terminal decline?

Let’s say, like Patti Smith, who’s now 66.

By then, I will most probably be covered by a layer of identities, by another layer of gaps for all the people who said “goodbye”, another one of stubs, for the wounds that I made myself the times that I lived in a wasteland. I will contain multitudes. Perhaps, when I speak up, people would like to listen and, at the end of each sentence, sparrows will depart flying from my chest.

Or, perhaps, I will be the crazy old lady of the fog, the crazy old lady that only wants to see the sun, that doesn’t want to see the fog. Surrendered to be cheated, composed of the same material as all the idiots that have spent an entire life believing in the possibility of a better world.

I will live in a body filled up with memories, marked by the traces of my human complexity: tattoos, scars, stubs. Half junk, half person. A depressive, decrepit and wrecked body. I will live in a decadent body walking towards its own death.

How will things be if we wouldn’t run away from our own ugliness?

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