“Mi
cuerpo decadente caminando hacia la muerte…”
… ya
estás tú poniéndote cortavenas, pero sí, vivo en un cuerpo en decadencia
que camina hacia la muerte. El tiempo, ay el tiempo. Pensaba yo un viernes de
invierno desde el autobús de la línea Barcelona – Huesca. A mi lado una vieja,
girada hacia el viejo del asiento de atrás.
“Que
te he dicho que a partir de la Panadella hay niebla”, “qué dices
idiota”, “que sí mequetrefe”, “¿que no ves el sol que hace, como va a salir la
niebla?” , “que eres un gilipollas, que no vales para marido ni vales pa’ ná” ,
“mira ahí abajo ya asoma, te lo dije, la niebla, ya se ven las nubes grises” ,
“qué dices atontao, que van a ser nubes eso, payaso, tonto más que
tonto”.
Yo,
mientras tanto, portátil en falda, escribía versos sobre el nirvana y una cama.
Versos sobre tetas tersas y suaves que huelen a juventud rubia, o a flores
secas que se comen, o a cachorro recién amamantado. Eso hacía yo, escribir
versos como una idiota.
Y en
mi oreja la vieja, con su olor agrio y amarillo, hablando a gritos con su voz
de piedras. Hablando y moviendo las manos con sus venas azules como haciendo
círculos en el aire, en gestos huesudos. De huesos finos que chirrían al
moverse. La miraba de reojo y me imaginaba un roble, con esa piel marrón de
textura arrítmica, a surcos, y con manchas de óxido. En eso pensaba, en un
roble y en una bruja, en la Gorgona y en la Medusa. Esas criaturas que son la
representación de la mujer vieja por antonomasia: como monstruos por su
combinación de edad y género.
Mala feminista, ¿dónde queda tu sorodidad ahora? Estar vivos
implica ser culpables, me digo. De algo, de lo que sea. De sentir asco de las
viejas - con sus cuerpos en decadencia arrastrándose hacia la muerte. La
percepción también es una forma de privilegio. Y me
visto de furia, me pongo trágica y siento mis feminismos desplomándose como un
imperio.
Alguien
tiene que escribir sobre esto, las feministas tienen que escribir sobre esto,
pienso, aunque para nosotras “edad” sea la edad de las otras. Para nosotras
para las que envejecer es como oír una música, allí
a lo lejos, allí dónde están pasando cosas, cosas que no tienen nada que ver
con nosotras, mientras nosotras seguimos aquí, brincando entre las hierbas, con
el sol en nuestras caras. Revindicando nuestros cuerpos jóvenes, deseantes,
deseables, menstruantes, fértiles. En un ejercicio de transgresión que sabe a
fiesta.
Y
pienso en el río, ¿es que nadie va a hablar del río? Un río, cualquier río,
porque todos los ríos dicen lo mismo, que el agua huye. Que el tiempo, dicen
que el tiempo
A las
viejas les pasó el tiempo y ,sin embargo, para algunas feministas no parece que
eso sea una cosa que vaya a pasarnos a nosotras. ¿Y si pasa? Me pregunto ¿Cómo
existirá mi psique feminista dentro de un cuerpo en decadencia terminal?
Ponte,
como Patti Smith, que tiene 66.
Para
entonces, seguramente esté formada por una capa de identidades, otra de huecos
por toda la gente que me dijo adiós, otra de costras, por las heridas que me
hice las veces que viví en tierra baldía. Contendré multitudes. Quizá, cuando
hable en público la gente querrá escucharme y ,a cada frase, me saldrán
gorriones volando desde el pecho.
O
,quizá, seré a loca de la niebla, la loca que sólo quiere ver el sol, que no
quiere ver la niebla. Rendida ya a ser una engañada, hecha del material del que
están hechos los idiotas que se pasan toda una vida creyendo en la posibilidad
de un mundo mejor.
Viviré
en un cuerpo lleno de memorias: tatuajes, cicatrices, costras. Mitad
chatarra, mitad persona. Un cuerpo deprimente, decrépito, achacoso. Viviré en
un cuerpo decadente avanzando hacia la muerte.
¿Cómo serian las cosas si no huyéramos de nuestra propia fealdad?
*
ENGLISH VERSION
*
Ageing and feminism
“My declining body walking towards its own death…”
…here you come again with your gloomy mood. But,
yes, I live in a declining body that walks towards its own death. “The time, oh
boy, the time” I was thinking on a Friday of December on the bus on route from
Barcelona to Huesca. Next to me, an old lady turned towards the old man on the
back seat.
“From
the Panadella on, there’s going to be fog”, “What are you talking about,
idiot”, “Yes, stupid”, “Don’t you see how the sun shines? How can you talk of
fog?, you are an idiot, a worthless husband and worthless in everything else”,
“Look down twat, see how the fog already seeps up, I told you, the fog, see
there, the grey clouds”, “What are you talking about, idiot?, how can that be
grey clouds, stupid clown, dumb, stupid, dumb”.
In the
meantime, laptop on my lap, I was writing verses about a bed and the nirvana.
Verses about smooth and soft boobs that smell of blond youth or of edible
flowers or of a recently breastfed kitten. This is what I was doing, writing
verses like a dope.
In my
ear the old lady, with her granny smell, yellow and bitter, talking, no yelling
with her rocky voice. Talking and moving her hands like drawing circles in the
air, in bonny gestures. I was looking at her from the corner of my eye whilst I
imagined her as a root with its brown skin and arrhythmic texture, in furrows,
with rust stains. This is what I was thinking about, in roots and in the Hag,
the Gorgon and the Medusa. Those monsters that are not only women but its
quintessentially representation by its combination of age and gender.
Bad
feminist, where has your sisterhood gone now? Being alive implies being guilty,
I say to myself. Of something, of whatever. Of finding old ladies disgusting,
for example. Perception is also a way of enacting privilege. And I dress up in
fury, I become tragic and I feel my feminisms falling apart like an Empire.
Someone
has to write about this, the feminists have to write about this, I say to
myself. Yet, for us, “age” is someone else’s age. For us, for the ones for whom
aging is like hearing a distant melody, there far away, where things are
happening, whilst we are here dancing amongst the grass, with the sun in our
faces. Reclaiming our young bodies, desiring, desirable, menstruating, and
fertile. In an exercise of transgression with a party flavour.
I
think of the river, is there anyone going to talk about the river? A river, any
river, because all the rivers say the same, that the water runs away, “the
time”, they say “the time”.
“The
time” is what happened to the old ladies, yet, for some feminists it doesn’t
look like this is something that is going to happen to us. But, what if it
happens? I ask myself. How will my psyche exist inside a body in terminal
decline?
Let’s
say, like Patti Smith, who’s now 66.
By
then, I will most probably be covered by a layer of identities, by another
layer of gaps for all the people who said “goodbye”, another one of stubs, for
the wounds that I made myself the times that I lived in a wasteland. I will
contain multitudes. Perhaps, when I speak up, people would like to listen and,
at the end of each sentence, sparrows will depart flying from my chest.
Or,
perhaps, I will be the crazy old lady of the fog, the crazy old lady that only
wants to see the sun, that doesn’t want to see the fog. Surrendered to be cheated,
composed of the same material as all the idiots that have spent an entire life
believing in the possibility of a better world.
I will
live in a body filled up with memories, marked by the traces of my human
complexity: tattoos, scars, stubs. Half junk, half person. A depressive,
decrepit and wrecked body. I will live in a decadent body walking towards its
own death.
How will things be if we wouldn’t run away from our
own ugliness?
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